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- Sólo soy el responsable de ingeniería genética en un establecimiento, Nourse, un
simple ingeniero de distrito. Me ocupo de operaciones rutinarias. Cuando un caso requiere
un especialista, sigo mis órdenes y le llamo. Potter era el indicado en este caso.
- Uno de los especialistas - precisó Nourse. - Uno a quien conozco y respeto - contestó
Svengaard. No se molestó en añadir el nombre del Optiman.
- Dinos si te has enfadado - ordenó Calapina, con el mismo tono de voz musical que
antes.
- Lo estoy.
- ¿Por qué?
- ¿Qué hago aquí? ¿Qué clase de interrogatorio es éste? ¿He cometido algún error?
¿Se me va a castigar?
Nourse se inclinó hacia delante, con las manos sobre las rodillas.
- ¿Nos estás preguntando?
Svengaard observó al Optiman. A pesar del tono de voz, el pétreo rostro aparentaba
tranquilidad.
- Haré todo lo posible para ser útil. Cualquier cosa. Pero, ¿cómo puedo ayudar, o
responder, si no sé lo que queréis?
Calapina se disponía a hablar, pero se calló cuando Nourse levantó la mano.
- Nuestro mayor deseo sería poder decírtelo - declaró Nourse -. Pero seguramente
sabrás que no puede existir una verdadera comunicación entre nosotros. ¿Cómo podrías
comprender lo que nosotros comprendemos? ¿Puede un recipiente de madera contener
ácido sulfúrico? Confía en nosotros. Sabemos lo que es mejor para ti.
Una sensación de afecto y gratitud se apoderó de Svengaard. Por supuesto que
confiaba en ellos. Eran la cumbre genética de la humanidad. Ellos son el poder que nos
ama y se preocupa por nosotros, dijo para sí. Suspiró.
- ¿Qué queréis de mí?
- Has contestado a todas nuestras preguntas - señaló Nourse -, incluso a las que no
hemos pronunciado en voz alta.
- Ahora vas a olvidar todo lo que ha ocurrido aquí - ordenó Calapina -. No repetirás
nuestra conversación a nadie.
Svengaard carraspeó. - ¿A nadie, Calapina? - A nadie.
- Max Allgood me ha pedido un informe de...
- Max tendrá que aguantarse - declaró la mujer -. No temas, Thei Svengaard, nosotros
te protegeremos.
- Como ordenes, Calapina - asintió Svengaard.
- No queremos que pienses que nos mostramos ingratos con tu fidelidad y servicios -
continuó Nourse -. Somos conscientes de tu buen comportamiento y no deseamos
parecer fríos o insensibles ante ti. Sabes que nuestra preocupación es el bien de la
humanidad.
- Sí, Nourse - contestó Svengaard.
Había sido una perorata gratuita y el tono había molestado a Svengaard, pero todo ello
había contribuido a aclararle las ideas. Empezó a intuir el motivo de las preguntas de los
Optimen, a entrever sus sospechas. Potter había traicionado su confianza, ¿no? El asunto
de la cinta borrada por accidente no había sido fortuito. Muy bien, los culpables lo
pagarían.
- Puedes marcharte - dijo Nourse.
- Con nuestra bendición - añadió Calapina. Svengaard hizo una reverencia. Cayó en la
cuenta de que Schruille no había hablado durante la entrevista. Se preguntó por qué este
hecho le aterraba tanto. Al darse la vuelta le temblaban las rodillas; los acólitos le
flanquearon con sus humeantes incensarios y le acompañaron hasta la salida.
Los Tuyere le observaron hasta que la barrera descendió tras el.
- Otro que tampoco sabe qué se proponía Potter - suspiró Calapina.
- ¿Estás segura de que Max no lo sabe? - preguntó Schruille.
- Completamente.
- Entonces teníamos que habérselo dicho.
- ¿Y revelarle cómo lo hemos averiguado?
- Ya sé el argumento - replicó Schruille -. Instrumento mal afilado, trabajo estropeado. -
Ese Svengaard es de fiar - señaló Nourse.
- Se dice que caminamos por el filo de una navaja - comentó Schruille -. Cuando se
camina así, hay que tener mucho cuidado en cómo se colocan los pies.
- Qué pensamiento tan repugnante - declaró Calapina. Se dirigió a Nourse -. ¿Todavía
sigues con tu afición por Da Vinci, querido?
- El trazo de su pincelada - exclamó Nourse es una disciplina exacta. La conseguiré
dentro de cuarenta o cincuenta años. Es decir, pronto.
- Suponiendo que hayas dado los pasos correctos - replicó Schruille.
- Schruille, algunas veces te permites un cinismo que va más allá de lo correcto. -
Centró su atención en los indicadores, sensores, pantallas y registros que estaban al lado
de Calapina. Todo está bastante tranquilo. Dejaremos el control en manos de Schruille,
Cal, y bajaremos a nadar y a una sesión de fármacos.
- Cuidar el cuerpo, cuidar el cuerpo - se lamentó Schruille -. ¿No se os ha ocurrido
hacer veinticinco largos de piscina, en lugar de veinte?
- Últimamente dices las cosas más inverosímiles - comentó Calapina -. ¿Quieres que
Nourse ponga en peligro su equilibrio de enzimas? No acabo de entenderte.
- Ni siquiera deberías intentarlo - contestó Schruille.
- ¿Podemos ayudarte en algo? - preguntó ella. - Mi ciclo me ha sumido en una horrible
monotonía. ¿Hay algo que podáis hacer al respecto? Nourse miró a Schruille por el
reflector prismático. La voz del hombre, con un matiz gimoteante, se había convertido en
un fastidio en los últimos tiempos. Nourse empezaba a lamentar que las inclinaciones de
la comunidad y la necesidad de grupo les hubieran reunido. Tal vez cuando terminara el
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