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 Bien, en ese caso... ¿Qué curso nos aconsejas seguir ahora para eliminar la
infección de esas estrellas?  preguntó pasados unos instantes.
 No hemos conseguido hacer que nos temieran  respondió Tal Fraan . Pero ya
existen sombras en las cuales no entrarán, y la más grande de todas esas sombras es el
miedo a que los horrores del pasado vuelvan a repetirse. La fortaleza de quienes desafían
a Leia se alimenta de ese miedo. Podemos confirmar sus profecías. Podemos ayudarles a
destruirla.
Con sus más de cincuenta estructuras interconectadas y sus veinte mil habitaciones y
salas, la complejidad y las gigantescas dimensiones del Palacio Imperial habían inspirado
muchas historias.
Se decía que hacia el final de los trabajos de construcción ocho obreros
desaparecieron durante más de un mes cuando su comunicador de seguimiento dejó de
funcionar. Los rumores insistían en asegurar la existencia de una cámara sin puertas,
secciones de cien o más habitaciones que nunca habían sido ocupadas y un
compartimento del tesoro oculto que contenía las riquezas del «general-pirata» Toleph-
Sor.
Había por lo menos once despachos y nueve habitaciones más que tenían sus propias
crónicas de crímenes reales, y a eso había que añadir la espantosa historia de Prona
Zeffla, que murió sentada detrás de su escritorio y cuyo cadáver tardó más de un año en
ser descubierto. Los funcionarios con más años de servicio todavía recordaban que los
hijos de los secretarios de Palpatine, a los que se permitía vagabundear a su antojo por el
Palacio Imperial, llegaban a pasar tres días enteros jugando al cazador y la presa en los
ascensores y pasillos.
Aunque una gran parte del antiguo palacio había sufrido serios daños o había quedado
destruido durante el ataque de la Fuerza de Tormenta del clon del Emperador, la parte
que sobrevivió o había sido reconstruida seguía siendo lo suficientemente grande para
permitir que te escondieras o te perdieras en ella. Ésa era una de las razones por las que
el primer administrador había exigido que todos los que tuvieran un nivel de escalafón
superior al tres llevaran encima un comunicador y lo mantuvieran conectado en todo
momento. Casi todas las personas que se encontraban por encima del tercer nivel exigían
a sus subordinados que también adoptaran esa precaución.
Pero el edicto de Engh no se aplicaba a Leia, cuyo comunicador normalmente pasaba
tanto tiempo desconectado como conectado. Debido a eso, y nada más estallar la crisis
yevethana, Alóle y Tarrick habían establecido una alianza secreta con los servicios de
segundad para garantizar que alguien que llevara encima un comunicador activado
estaría permanentemente en contacto con la presidenta siempre que ésta se encontrara
en el palacio.
Por la tarde ese deber había recaído en Alóle, pero durante un momento en el que
tenía mucho trabajo, Leia había abandonado su despacho por la segunda salida sin
anunciar adonde iba. La secretaria no descubrió la ausencia de la presidenta hasta que la
alerta roja del general Rieekan expulsó cualquier otro asunto de las pantallas en todo el
complejo presidencial.
Su primera llamada fue para el Sabueso, quien hubiese debido estar montando guardia
junto a la única entrada del nivel ejecutivo.
 ¿Está ahí la presidenta?  preguntó Alóle.
 No, señora. No ha salido del piso.
Después Alóle llamó a Tarrick, quien a esas alturas ya se había enterado de la alerta.
 ¿Has visto a la presidenta?
 No. ¿No está contigo?  preguntó Tarrick.
 Salió de su despacho en algún momento de la última media hora y no sé adonde ha
ido.
 Preguntaré en los puntos calientes  dijo Tarrick, refiriéndose a su lista privada de
los nueve despachos y siete secretarios ministeriales que Leia solía visitar con más
frecuencia . ¿Has mirado en la cueva?
 Ahora estoy yendo hacia allí.
Los pies de Alóle la llevaron a toda velocidad por el pasillo que conducía a los
escasamente utilizados espacios privados de la torre contigua. Mon Mothma los había
usado como extensión del complejo presidencial, y solía tomar el aire y hacer ejercicio en
el pequeño pero muy soleado jardín, o celebrar reuniones privadas en el ambiente íntimo
y acogedor de su salita particular. Leia rara vez iba allí; cuando las paredes de su
despacho empezaban a asfixiarla, la princesa normalmente prefería perder de vista todo
el nivel ejecutivo.
Pero allí fue donde la encontró Alóle. Leia estaba profundamente dormida en la cama
triangular que ocupaba una esquina de la sala privada, y cuando Alóle vio la expresión de
paz que había en su rostro tuvo un momento de vacilación. La fatiga de Leia había
resultado obvia para todo el mundo aquella mañana, y ésta era la primera vez desde
hacía muchos días en que Alóle veía su rostro totalmente libre de tensión y de las
pequeñas arrugas de la preocupación. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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