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caminos apartados, si por casualidad no se ha extraviado, si cree, en fin, que falta mucho para llegar.
Ya hemos llegado, puta me contestó aquel malvado, arrojndome al suelo de un bastonazo en la
cabeza que me priva del conocimiento...
Oh, seora!, yo no s lo que dijo ni lo que hizo aquel hombre; pero el estado en que me encontr me
obligó a saber hasta qu punto haba sido su vctima. Cuando recuper el sentido era totalmente de noche;
estaba al pie de un rbol, al margen de todos los caminos, magullada, ensangrentada... deshonrada, seora.
Esta era la recompensa por cuanto acababa de hacer por aquel desalmado; y, llevando la infamia al
mximo, el malvado, despus de haber hecho conmigo todo lo que haba querido, despus de haber
abusado de todas las maneras, hasta de aquella que ms ultraja la naturaleza, se haba llevado mi bolsa...
aquel mismo dinero que yo le haba ofrecido tan generosamente. Haba desgarrado mis ropas, la mayora
estaban hechas girones a mi lado, iba casi desnuda, y con varias partes de mi cuerpo moratadas. Podis
imaginaros mi situación: rodeada de tinieblas, sin recursos, sin honor, sin esperanza, expuesta a todos los
peligros. Quise terminar con mis das: si me hubieran ofrecido un arma, la habra empuado y abreviado
esta desdichada vida, que sólo me ofreca calamidades.
Qu monstruo! Qu le habr hecho yo, me deca, para merecer por su parte un trato tan cruel? Le
salvo la vida, le devuelvo su fortuna, me arrebata lo que ms quiero! Hasta un animal salvaje hubiera sido
menos cruel! Oh hombre, as eres cuando sólo atiendes a tus pasiones! Los tigres en el fondo de los
desiertos ms salvajes se horrorizaran de tus fechoras.
Unos minutos de abatimiento siguieron a mis primeros impulsos de dolor; mis ojos, anegados en l-
grimas, se elevaron maquinalmente al cielo; mi corazón se lanzó a los pies del Maestro que lo habita...
Aquella bóveda pura y brillante... el silencio imponente de la noche... el terror que helaba mis sentidos...
aquella imagen de la naturaleza en paz, comparada con la alteración de mi alma extraviada, todo esparce en
m un tenebroso horror del que no tarda en nacer la necesidad de rezar. Me precipito a las rodillas de ese
Dios poderoso, negado por los impos, esperanza del pobre y del afligido.
Ser santo y majestuoso exclam entre lgrimas , t que te dignas llenar en este momento terrible
mi alma de una alegra celestial, que, sin duda, me has impedido atentar contra mis das, oh, mi protector y
gua, aspiro a tus bondades, imploro tu clemencia: contempla mi miseria y mis tormentos, mi resignación y
mis deseos. Dios omnipotente! T sabes que soy inocente y dbil, que he sido traicionada y maltratada; he
querido hacer el bien a ejemplo tuyo, y tu voluntad me castiga. Que se cumpla, oh, Dios mo! Amo todos
sus sagrados efectos, los respeto y ceso de quejarme; pero si aqu en la tierra sólo debo encontrar abrojos,
ser ofenderte, oh, mi soberano Maestro, suplicar que tu poder me llame hacia ti, para rezarte sin
turbación, para adorarte lejos de esos hombres perversos que, ay de m!, sólo me han hecho conocer males,
y cuyas manos sanguinarias y prfidas hunden a placer mis tristes das en el torrente de las lgrimas y en el
abismo de los dolores?
La oración es el ms dulce consuelo del desdichado; se siente ms fuerte cuando ha cumplido con este
deber. Me alzo llena de valor, recojo los harapos que el malvado me ha dejado, y me introduzco en un bos-
quecillo para pasar la noche con menos riesgo. La seguridad en que me hallaba, la satisfacción que acababa
de saborear acercndome a mi Dios, todo ello contribuyó a hacerme reposar unas cuantas horas, y el sol ya
estaba alto cuando mis ojos se volvieron a abrir: el instante del despertar es espantoso para los
infortunados; la imaginación, refrescada por las dulzuras del sueo, se ocupa con mucha mayor rapidez y
ms lgubremente de los males cuyo recuerdo le han hecho perder unos instantes de un reposo engaoso.
Bien, me dije entonces examinndome, ies cierto, por tanto, que existen criaturas humanas a las que
la naturaleza rebaja a la misma condición que las bestias feroces! Oculta en mi reducto, huyendo como
ellas de los hombres, qu diferencia existe ahora entre ellas y yo? Vale la pena nacer para una suerte tan
lastimera?... Y mis lgrimas corrieron en abundancia mientras formulaba estas tristes reflexiones; acababa
de terminarlas cuando oigo un ruido a mi alrededor; poco a poco, distingo a dos hombres. Presto atención:
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Ven, querido amigo dice uno de ellos . Aqu estaremos a las mil maravillas. La cruel y fatal
presencia de una ta que aborrezco no me impedir saborear un momento contigo esos placeres que me
resultan tan dulces.
Se acercan, se colocan tan enfrente de m que ninguna de sus frases, ninguno de sus movimientos, puede
escaprseme, y veo... Santo cielo, seora! dijo Thrse interrumpindose , cómo es posible que la
suerte me haya colocado siempre en situaciones tan crticas, que resulte tan difcil a la virtud escuchar su
relato como al pudor hacerlo! Aquel crimen horrible que ultraja tanto la naturaleza como las convenciones
sociales, aquella fechora, en una palabra, sobre la cual la mano de Dios ha cado tantas veces, legitimada
por Corazón-de-Hierro, propuesta por l a la desdichada Thrse, consumada sobre ella
involuntariamente por el verdugo que acaba de inmolarla, aquella execración repugnante en fin, la vi
practicar bajo mis ojos con todas las desviaciones impuras, todos los episodios espantosos, que puede
introducir en ella la depravación ms exquisita! Uno de los hombres, el que se ofreca, tena veinticuatro
aos de edad, suficientemente bien vestido como para hacer pensar en la elevación de su rango, y el otro,
ms o menos de su misma edad, pareca uno de sus criados. El acto fue escandaloso y prolongado. Con las
manos apoyadas en la cresta de un pequeo montculo frente al bosquecillo donde yo me hallaba, el joven
amo expona desnudo a su compaero de libertinaje el impo altar del sacrificio, y ste, lleno de ardor ante
el espectculo, acariciaba a su dolo, a punto de inmolarlo con un pual mucho ms espantoso y mucho ms
gigantesco que aquel con el que yo haba sido amenazada por el jefe de los bandidos de Bondy; pero el
joven amo, en absoluto temeroso, parece desafiar impunemente la espada que se le presenta; la provoca, la
excita, la cubre de besos, se apodera de ella, se la introduce l mismo, se deleita absorbindola. Entu-
siasmado por sus criminales caricias, el infame se debate bajo ella y parece lamentar que no sea an ms
imponente; desafa sus golpes, los previene, los rechaza... Dos tiernos y legtimos esposos se acariciaran
con menos ardor... Sus bocas se juntan, sus suspiros se confunden, sus lenguas se entrelazan, y los veo a los
dos, ebrios de lujuria, encontrar en el centro de las delicias el complemento de sus prfidos horrores. El
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