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por la misma razón: Ad ultimum sine periculo discat Canticum Canti-
corum, ne si in exordio legerit, sub carnalibus verbis spiritualium
nuptiarum Epithalamium non intelligens, vulneretur; y Séneca dice:
Teneris in annis haut clara est fides. Pues ¿cómo me atreviera yo a
tomarlo en mis indignas manos, repugnándolo el sexo, la edad y sobre
todo las costumbres? Y así confieso que muchas veces este temor me
ha quitado la pluma de la mano y ha hecho retroceder los asuntos hacia
el mismo entendimiento de quien querían brotar; el cual inconveniente
no topaba en los asuntos profanos, pues una herejía contra el arte no la
castiga el Santo Oficio, sino los discretos con risa y los críticos con
censura; y ésta, iusta vel iniusta, timenda non est, pues deja comulgar y
oír misa, por lo cual me da poco o ningún cuidado; porque, según la
misma decisión de los que lo calumnian, ni tengo obligación para saber
ni aptitud para acertar; luego, si lo yerro, ni es culpa ni es descrédito.
No es culpa, porque no tengo obligación; no es descrédito, pues no
tengo posibilidad de acertar, y ad impossibilia nemo tenetur. Y, a la
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Cartas donde los libros son gratis
verdad, yo nunca he escrito sino violentada y forzada y sólo por dar
gusto a otros; no sólo sin complacencia, sino con positiva repugnancia,
porque nunca he juzgado de mí que tenga el caudal de letras e ingenio
que pide la obligación de quien escribe; y así, es la ordinaria respuesta
a los que me instan, y más si es asunto sagrado: ¿Qué entendimiento
tengo yo, qué estudio, qué materiales, ni qué noticias para eso, sino
cuatro bachillerías superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que
yo no quiero ruido con el Santo Oficio, que soy ignorante y tiemblo de
decir alguna proposición malsonante o torcer la genuina inteligencia de
algún lugar. Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que
fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar
ignoro menos. Así lo respondo y así lo siento.
El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que
les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que
no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque
sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor
a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan
vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas repren-
siones --que he tenido muchas--, ni propias reflejas --que he hecho no
pocas--, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios
puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he
pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que
baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una
mujer; y aun hay quien diga que daña. Sabe también Su Majestad que
no consiguiendo esto, he intentado sepultar con mi nombre mi enten-
dimiento, y sacrificársele sólo a quien me le dio; y que no otro motivo
me entró en religión, no obstante que al desembarazo y quietud que
pedía mi estudiosa intención eran repugnantes los ejercicios y compa-
ñía de una comunidad; y después, en ella, sabe el Señor, y lo sabe en el
mundo quien sólo lo debió saber, lo que intenté en orden a esconder mi
nombre, y que no me lo permitió, diciendo que era tentación; y sí sería.
Si yo pudiera pagaros algo de lo que os debo, Señora mía, creo que
sólo os pagara en contaros esto, pues no ha salido de mi boca jamás,
excepto para quien debió salir. Pero quiero que con haberos franqueado
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Sor Juana Inés de la Cruz donde los libros son gratis
de par en par las puertas de mi corazón, haciéndoos patentes sus más
sellados secretos, conozcáis que no desdice de mi confianza lo que
debo a vuestra venerable persona y excesivos favores.
Prosiguiendo en la narración de mi inclinación, de que os quiero
dar entera noticia, digo que no había cumplido los tres años de mi edad
cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se
enseñase a leer en una de las que llaman Amigas, me llevó a mí tras
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